Juanito es un joven de diecisiete años, con mala cara y costumbres que van en contra de los principios de la moda social, inmersos en la juventud adinerada en la que vive. Fue criado desde sus breves años, al interno de la cultura de Internet, pudiendo llamarlo como un "computin" por diversión y anhelos existenciales, (su única liberación de vida entre engreídos), y sin oficio más que el del problemático y aturdiente colegio. Ha sido burlado y agredido, desde que memoria tiene, de múltiples formas, por todos sus compañeros que no mantienen sus principios cibernéticos. Uno de tantos niños bully de los años en que vivimos.
Luego de los años de adolescencia, ha logrado conseguir lo que muchos dudaron que obtendría: una chica hermosa, aunque no promocionada por muy buena fama. Ha Juan no le importaba mucho lo que dijeran las personas sobre su acompañante, que era la razón de la felicidad plástica y artificial de sus nuevos días, porque estaba acostumbrado al mal hablar de los cercanos y los amigos de esos resentidos, apuñaladores de inocencias y sueños indecentes; por eso mismo, no se dejaba amedrentar por los cahuines de la población, a demás de la razón, de estar cumpliendo algo que nunca habría imaginado como posible.
En ciertos momentos, se preguntaba sobre la fidelidad de la apabullante dama de compañía, y entendía por si mismo, en esos breves instantes, que no podía esperar algo más autentico y refinado u moral, producto de su conocida imagen desfavorecida naturalemente y sus intereses tan particulares y poco populares.
Todo parecía bien encaminado, dentro de la falsedad de las apariencias y los mutuos intereses, hasta que la locura se hizo un personaje participante y un poco peligroso, por no decir: muy peligroso. El hombre nacido entre computadoras, se sentía, por primera vez, celosamente aprisionado de la presencia y virtud de otros hombres, acariciadores y besadores ante su amor platónico existente. Morbosamente, pensaba la manera en que la hacían sentir una mujer de verdad, proveniente y surgida de la cuna del sexo sin limites, fronteras ni protecciones caloríficas; en su propia cara caían las imagenes, las frases y los ruidos enajenados provenientes de los genitales, que lo volvían a los inicios de sus tiempos de abusos sin barreras. La mente enferma había creado todas estas escenas, y el dentro de su locura, lo sometía tan fehacientemente como su conexión a la red.
Lo único a lo que atino, fue ha poner dentro de su boca una tonelada de papas fritas, que iban en contra de todos sus principios sanos de vida: eran grasosas, insanas, perturbadoras para su organismo sin colesterol, pero parte del primer deleite real ante sus desgracias constantes. Estaba dentro de un trance, al interno de la magia de fabricas como Mc Donald's, dónde el sabor era tan delicioso como tóxico. En esta ocasión la libertad era suprema, porque nadie se reía de él como hubiera sido frecuente en los viejos tiempos de niñez, se sentía querido por la fabrica que construía tan ingrato colesterol, pero mucha decisión propia y autoridad.
Todo el falso amor había acabado, junto a una determinación fuerte y al grano, materializada en tan sólo una frase del muchacho desvalorado, que frecuentaba a la mujer diseñadora de la felicidad de mentira, apodada por las frecuentes actividades de bajeza corporal, dentro de la sociedad de los adictos a las fragancias del sexo: ¡cambio amor por papas fritas!... ¡lárgate a un convento, que tú sólo quieres carne y nada de mi tortuoso e infalible sentimiento.
-Por Emilio Pittet
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