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miércoles, 18 de febrero de 2009

El Conformismo

«Chile se ha convertido en un país en el cual nadie enfrenta nada, ni el gobierno».

La República independiente de Chile se encuentra a mil días de la apoteósica celebración del Bicentenario. El anhelado momento en el cual se abrirán las anchas alamedas por donde caminen los hombres libres e independientes. Una fértil provincia en la cual finalmente han madurado “los verdaderos ciudadanos”. Aquellos que don Diego Portales solo atribuía posibles a sociedades civilizadas. Donde cada hombre es capaz de tomar sus propias decisiones y contribuir al orden publico.

El Chile de hoy, es una nación capaz de competir bajo los más altos estándares internacionales. Considerado por los organismos internacionales como el país mas seguro, estable y desarrollado de la sudamericana región.

Este es el cuadro del Chile que nos quiere vender la Concertación. Un Chile que vive “la alegría” prometida en aquel plebiscito del 88. Pero este no es el Chile que vivimos. El Chile que vivimos es un Chile que les da seguridad a los delincuentes e inseguridad a los ciudadanos. Donde el “emblemático” proyecto de transportes del señor Lagos impide que la gente pueda llegar a tiempo a sus trabajos. Donde la corrupción política ha alcanzado niveles tan descarados, que algunos políticos se atreven a considerarlo como normal. Donde la cacareada desigualdad aumenta día tras día. Volviendo a los ricos, todavía mas ricos, a los pobres aun mas pobres y a la clase media cada vez mas desvalida.

Aunque no quisiera ser un agorero del pesimismo” lo anteriormente descrito no representa, ni de lejos, el mayor problema que atraviesa el país. Un país invadido por el conformismo. En el cual nadie enfrenta nada.
El ciudadano común se abstrae de la vida pública obnubilada por la basura televisiva. La aristocracia, como siempre, se centra en sus propios problemas. Mientras que el gobierno declara que «los problemas son una exageración de la prensa». Así, a pesar de las duras evidencias de la deficiente gestión gubernamental, la Concertación se cruza de brazos, dando por segura la victoria presidencial de Insulsa.

Esta decadente situación no representa nuevo bajo el sol. En las celebraciones del Centenario, la aristocracia organizo grandes fiestas al interior de sus ostentosas mansiones. Una élite conformista y orgullosa de la prosperidad económica que vivía el país, sustentada en la explotación del salitre. Mientras la aristocracia vivía esta galopante prosperidad, la situación del pueblo, del roto chileno, contrastaba radicalmente.

Los trabajadores del campo vivían en situación de permanente explotación. La vida del obrero en las ciudades se desarrollaba al interior de miserables e insalubres conventillos. En medio de esta situación de brutal conformismo y desigualdad, no sería nada extraño que a comienzos del siglo XX estallaran las más violentas revueltas sociales que el país haya conocido.

El Chile del Bicentenario es un país sesgado por un conformismo basado en «halagadoras cifras de organismos internacionales», pero en el cual el ciudadano de a pie sigue viviendo las mismas pellejerías que el resto de los hombres tercermundistas. Es un país que sin duda ha progresado, pero que no debe conformarse con ese progreso y seguir luchando por un futuro más justo y seguro. Y así, no volver a caer en los mismos errores de hace un siglo.

-Por Daniel Belmar

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